jueves, 28 de agosto de 2014

Un Paseo en compañia

La Reina Nefer



Desde hace años he mantenido que admirar y amar a alguien que te humilla habitualmente por placer o convenio, puede ser posible e incluso satisfactorio, para el humillador y el humillado y la prueba palmaria de lo que acabo de manifestar y sostener, soy yo y por supuesto la persona a la que pertenezco, mi Dueña, la Diosa que guía mis pasos desde hace ya varios meses. No me importa en absoluto en qué modo se le ocurra practicar ese deporte que a Ella tanto le place, en realidad lo espero como agua de mayo, pues lo necesito y sobre todo preciso observar su felicidad cuando experimenta esa gratificante sensación, estando solos o ante un grupo de seres, ya sean libres o tan sumisos o esclavos como yo.
Y precisamente el domingo pasado volví a vivir una espléndida jornada.
A mi Dueña, le gusta caminar por el campo, hacer largas caminatas entre paisajes montañosos, excursiones de varias horas y ese día decidió que fuéramos a dar un extenso paseo por las montañas de Montserrat. A última hora, se añadió su amiga y socia en su actual negocio. En absoluto mostré mi decepción, es algo que cada día manejo mejor, aceptar sus decisiones con alegría, aunque en este caso y teniendo en cuenta la sorpresa que pensaba ofrecerle…
Nos dirigimos en busca de la amiga, conduciendo yo, como es costumbre, disfrutando de la cercanía que me otorga mi Dueña cuando se acomoda junto a mí. Percibir su aroma durante un trayecto más largo de lo habitual, es algo que me insufla vida, supongo que una sensación
parecida a la que tienen los enfermos de dolor cuando la enfermera les inyecta el necesario calmante.
Cuando recogimos a la pasajera, observé que ambas se complementan, pues la alegría que mostraron me pareció sincera. Sé por experiencia que no es fácil mantener la amistad cuando además se comparten asuntos de negocio. Para mi fortuna, mi Dueña decidió seguir sentada en la parte delantera y aunque vestía tejanos y una camiseta de tirantes, adivinaba bajo la ropa ese maravilloso cuerpo que tantas veces me ha permitido masajear, siempre con el cinturón de castidad constriñendo mis más bajos instintos, igual que lo portaría durante aquella salida. No obstante y mientras Ellas conversaban sobre los detalles de la semana, yo seguí inmerso en conducir y en imaginar la expresión de mi Dueña cuando llegara el momento de ofrecerle mi regalo.

Durante la caminata, fui como debe ser, el portador de sus mochilas, proveyéndolas de agua o comida en cuanto me hacían una leve indicación. Luego y sobre una planicie con preciosas vistas del Llobregat y los montes aledaños, dispuse el picnic: tortilla de patatas, carne rebozada y fruta. Yo naturalmente me mantuve en silencio, prácticamente al margen, esperando los momentos en que mi Dueña o su socia me indicaban que podía comer lo que Ellas ya no deseaban. Lo hacía lo mejor que podía procurando no ponerlas en evidencia ante el gran número de transeúntes que paseaba o se apostaba en aquel lugar, igual que lo haría un perro de cuatro patas bien educado. Sin embargo, un par de mujeres de más de cuarenta, percibieron que aquel hombre que acompañaba a las
dos jóvenes y hermosas mujeres ofrecía una conducta cuanto menos, extravagante. Por fin una de ellas, supuse que la más atrevida y quizá también empujada por el vino que había sorbido de una bota que portaban, se acercó hasta mi Dueña y sin ningún reparo le preguntó: –perdona. ¿Es vuestro esclavo?
Mi Dueña la observó con cierta displicencia, pero creo que de inmediato se topó con una nueva oportunidad de humillarme y ante público variado y distinto del habitual.
-¿Por qué lo preguntas? ¿Has visto su chapa?
Era cierto, siempre porto el collar con la chapa identificativa de mi condición, grabadas: la palabra slave, acompañada del término, property of D.N.
No lo dudé, me acerqué hasta mi Dueña, previendo que actuara como lo hizo. La tomó y se la mostró a la curiosa y a la vez sorprendida mujer.
Ésta no tuvo más que añadir que: –pues te felicito. Es lo que siempre he deseado poseer.
Una seña de mi Dueña hizo que me alejara del diálogo que iniciaron entonces, las cuatro mujeres. Opté por una distancia apropiada, para que no les molestara ni mi presencia ni pudieran sentirse fisgoneadas, pero entonces mi Dueña me hizo un gesto que interpreté de inmediato, quería tenerme cerca, para que oyera la conversación.
A pesar de intentarlo las dos mujeres, sobre todo la más lanzada, no me sentí en ningún momento humillado por sus hirientes comentarios, al contrario, me sentí feliz, animado, henchido de gozo de percibir como mi Dueña era envidiada por aquellas dos poco atractivas maduras.
Aquello duró hasta que mi Dueña dispuso concluirlo, sin aceptar la invitación de las dos mujeres a seguir la marcha en grupo. Había tenido suficiente y ahora deseaba soledad, una necesidad que mi Dueña tiene a menudo, aislarse de los que considera no le aportan más que curiosidad, en ocasiones sana, la mayoría, del todo insana. Utilizó para liberarse de ellas con educación, la vieja táctica. Preguntadas por la dirección que iban a tomar, Ella les indicó que se dirigía hacia la contraria.
Mientras nos alejamos, comencé a preparar el modo en que la abordaría para ofrecerle mi regalo sorpresa.
Llegamos hasta una ermita y en unos bancos de piedra sobre los que Ellas se acomodaron, no exentos de más excursionistas, me acerqué más de lo convenido y le susurré: –Señora, tengo una sorpresa para Usted. –Me miró con la misma expresión que una hora antes había empleado con las dos curiosas mujeres. Supuse que me daba autorización para expresarme. –He preparado un relato, para leérselo aquí. Creo que le va a gustar.
-¿Es largo?
-No Señora y estoy seguro, será de su agrado.
Le mostré entonces los dibujos que una de mis antiguas amigas dibujantes había preparado según mis indicaciones. En él se veía a la Reina Nefer y al malvado Uro. Fui a explicarle, pero Ella me lo impidió.
-¿Quién ha dibujado esto?
La forma en que me preguntó me hizo temer el castigo, pero intuí que probablemente sería leve pues estaba seguro que le habían gustado
ambos personajes. La Reina, con su propio rostro y fisonomía, y el malvado con el de la vecina pero enmarcado en el de un diablo macho.
-Una amiga, Señora.
-¿Y cuándo lo ha hecho?
No tuve más remedio, le ofrecí toda clase de explicaciones ya con su socia junto a Ella y atenta también a seguirlas.
“Cuando supe que este domingo deseaba ir de excursión me puse en marcha. Hacía tiempo que quería obsequiarla con un relato fantástico en el que naturalmente Usted tendría todo el protagonismo. Pero pronto llegué a la conclusión que debía atreverme a ir un poco más allá. Tras idear el entorno en el que iba a enmarcarlo, un mundo dual en el que dos reinos se disputaban la hegemonía, uno regentado por Nefer, la reina que gobernaba sobre las mujeres amazonas y con los hombres del reino, plegados a su condición de esclavos y otro por el malvado Uro, rey de los perversos luchadores machos uronianos y en el que las mujeres provendrían exclusivamente de sus correrías y razias por el reino neperiano y que tras raptarlas las convertían en esclavas, decidí que debía ser más ambicioso en el obsequio. Hablaría con un antiguo conocido, que ahora posee una empresa de videojuegos y le propondría que elaborara uno para móviles, tabletts y ordenadores. Sé que a Usted le gustan mucho y a él le pareció colosal el argumento, pero me hacía falta diseñar los personajes y por ello me puse en contacto con esa vieja amiga diseñadora. Le pedí que los rostros de ambos personajes principales fueran el suyo Señora, y el de su vecina, pero el de ella con rasgos masculinizados. De todos modos aún no le he entregado a mi
conocido, los dibujos que le acabo de mostrar a Usted a pesar de que me insiste a diario pues está entusiasmado con el proyecto. Esperaba su autorización Señora. Pensaba que si le leía el primer capítulo de la historia, quizá la obtendría y entonces sería Usted la que aparecería en escena para negociar la propiedad del juego, pues mi trabajo ya le pertenece totalmente”.
Me observó, creo que disgustada. Luego se miraron ambas. En la expresión de la amiga adiviné cierta envidia. Probablemente aquel gesto, iba a ir en detrimento de mi único objetivo: satisfacer a mi Dueña con el ambicioso proyecto. Por fin expresó su opinión.
-Verás esclavo. Ya sabes que me gusta que escribas para mí, sólo para mí, pero te has excedido, has mantenido contactos con externos a mis espaldas y no una vez, muchas y aunque tu objetivo pueda llegar a calificarlo de loable, has incumplido una de tus obligaciones como esclavo portador de mi collar, comunicarte con ajenos sin mi autorización, a escondidas. Tendría que expulsarte ipso facto de mi lado y creo que lo voy a hacer.
Me cayó el mundo encima, pero no podía acrecentar su enfado con nada, por tanto me quedé como congelado, inmóvil, esperando de la compasión que sé posee mi Dueña, su perdón o cuanto menos algún modo de resarcirla por mi negligencia. Deseaba que al menos accediera a oír el relato que había construido con tanto esmero y devoción. Cuando oí a su amiga indicárselo, pensé que era el único asidero que me podría permitir no hundirme para siempre en el pozo de la amargura. Rogué en aquel instante a todos los dioses, pasados, presentes y futuros para que las
palabras de su socia hicieran mella en mi Dueña, pues estaba seguro que si accedía a oírme la narración, conseguiría desterrar de su cabeza la idea de repudiarme como esclavo. Estaba dispuesto a aceptar cualquier otro castigo, pero alejarme de Ella…

(continuará)

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