El lunes hubiera transcurrido con normalidad sino hubiera sido porque
la DIOSA me llamó sobre las doce y me indicó que fuera hasta el Templo,
que quería que comiéramos juntos. Me dio un vuelco el corazón. No me
demoré en llegar al tren. Al arribar a Sants, pasaría primero por el
banco y sacaría dinero de mi cuenta, pues quería invitarla, a lo que le
apeteciera, daba igual lo que costara. No caí en la cuenta sin embargo
que aquel gesto, por lo inhabitual, debía significar algo que no supe
interpretar. Preferí creer que simplemente le apetecía tenerme cerca,
quizá para hablarme de lo preocupada que la tenían sus últimas
vicisitudes. Recordé mientras asimilaba el traqueteo suave del
ferrocarril que al iniciarse el pasado verano me había llevado hasta
Reus, -viaje que hice en el maletero del coche-, a casa de una amiga
suya, también dominante y que me había permitido invitarlas a la paella
de marisco que yo mismo les preparé. Me salió deliciosa, eso me
confesaron ambas, también el esclavo de la dómina. De todos modos no
pude probarla pues mi DUEÑA decidió que sólo ellos comerían, para mí,
únicamente ensalada. No me molestó, al contrario, me sentí satisfecho de
que la DIOSA quedara bien ante su amiga y mucho más feliz me sentí
cuando oí que su amiga le refería a mi DUEÑA que: “así ¿éste es el que
te escribe los relatos y la novela? Pues te felicito NEFER, me gustan”.
Pero
volvamos a lo importante, el almuerzo. Cuando llegué al Templo y me
postré a sus pies en la habitación que ocupa lucía, pues estaba
terminando
con un sumiso, le pedí permiso para hablar. Me lo concedió y entonces
le indiqué que deseaba invitarla. Le pareció bien. Aprovechó ahora para
hablar de su calidad humana. Cuando me ofrecí a ELLA como su esclavo
24/7, le indiqué que disponía de un dinero que quería pasara a sus
manos, pues así entendía debía ser mi total entrega. Pero ELLA lo
rechazó con unas palabras que me impactaron, en un sentido y en otro. Me
dijo: –esos ahorrillos, guárdatelos para ti, para el día que decida
desprenderme de tus servicios como esclavo. Quizá entonces los
necesites. –He querido contarlo para subrayar que en ningún caso a la
DIOSA NEFER se la puede tachar de interesada. He sabido que en los
últimos días alguien que dice ser una dominante va vertiendo falsedades
sobre mi DUEÑA y eso es algo que no puedo consentir. Sabedlo pues bien
todos sumisos y esclavos, ELLA no es una saqueadora, al contrario, la he
visto ayudar a más de uno y de dos necesitados. Pero sigamos, que no
quiero agriar la felicidad que me embargaba en aquel instante y que me
embargará mientras pueda pertenecerle.
Nos dejó solos en la
habitación a lucía y a mí, ya que debía concluir la sesión y la
esperamos con impaciencia, naturalmente yo seguí de rodillas, pues no me
había hecho ninguna indicación de que pudiera incorporarme. Debí de
nuevo sospechar algo en aquel momento, pero la emoción de estar junto a
ELLA, disfrutando de su compañía y ante otras personas que desconocerían
nuestra relación de Dómina esclavo, atenazaba mi mente, cuerpo y alma
por completo. Lo reconozco, no era capaz de reflexionar con claridad,
sólo pensaba en que estaría junto a ELLA, oyendo su voz, observando sus
manos, su rostro, oliendo su olor,
escuchando sus palabras,
siguiendo sus gestos, quizá viéndola sonreír. Yo intentaría que lo
hiciera, a raudales, pues su sonrisa me parece maravillosa.
Durante
la comida, que compartimos solos, pues me indicó al salir hacia el
restaurante que lucía tenía que hacerle unos encargos pero que de todos
modos le diera dinero para comer, se mostró distendida, hablándome de
sus cosas con naturalidad como si estuviera tratando a un igual. Me
sorprendió, pero he de confesarlo, me gustó, aunque una parte de mí me
censuraba por atreverme a obrar como si en realidad lo fuera, un igual a
ELLA. Comentó también aspectos de la actualidad, reclamándome la
opinión, dándome un protagonismo que nunca he creído merecer, en fin, de
nuevo tenía que haber sospechado que algo se estaba cociendo, pero
estaba tan obnubilado por su presencia que no podía ver ni pensar más
allá de ELLA.
Cuando terminamos, todavía me regaló algo más de
tiempo, al decidir saborear el café primero y la sobremesa luego, en mi
compañía. Casi a las cinco, partimos hacia el Templo. Le esperaba una
nueva sesión. Me despedí arrodillándome ante ELLA para besarle los pies,
frente a la escalera donde se ubica su mazmorra. Una mujer que pasaba
en aquel momento por allí, observó la escena un tanto perpleja. Me
pareció oír un comentario entre dientes, un tanto denigrante hacia mi
persona. La DIOSA sonrió.
Regresé henchido de gozo, satisfecho de haberle sido también útil a mi DUEÑA como interlocutor y acompañante en su almuerzo.
Aquella
tarde proseguí con más aliento e ilusión la novela que estaba
escribiéndole y poco antes de que diera la hora habitual de su regreso
me dediqué a prepararle su cena favorita. Estaba excitado pues había
disfrutado de un lunes espléndido, su compañía me había insuflado un
vigor enorme que dediqué y dedicaría completamente a su bienestar. El
colofón llegaría cuando después de cenar, me ordenó que le masajeara la
espalda, pues se sentía tensa. La sesión de la tarde la había agotado y
no le había supuesto satisfacción. Procuré ayudarla con mis caricias
revestidas de masaje para que poco después pudiera descansar. Aún
disfruté de una nueva alegría, me pidió que le leyera uno de los últimos
capítulos de la nueva novela. Poco a poco fueron cerrándosele los ojos
como si supiera a la perfección cuando concluía aquel capítulo. La cubrí
con el ligero edredón antes de salir en total silencio de la habitación
para dirigirme a recoger la cocina. Aquella noche no sólo ELLA durmió
placentera, mis sueños fueron tan gratificantes que estuve a punto de
correrme a pesar de la jaula en la que vive encerrada mi masculinidad
desde que me aceptó como esclavo.
Pero llegó la mañana
del martes. Como cada día, diez minutos antes de la hora máxima en que
me tiene ordenado la he de despertar, me situé de rodillas a los pies de
su cama. Llegada la hora fijada como límite, todavía no había abierto
los ojos. Me esmeré en despertarla tal y como me tiene indicado debo
hacerlo: acariciando con suavidad sus pies y si no están cubiertos,
besándoselos. Es el primer premio de todos mis días de esclavitud, besar
o acariciar los delicados y hermosos pies de mi DUEÑA.
Poco a
poco fue desperezándose. Me gusta tanto verla moverse con lentitud de
DIOSA, estirando sus miembros perezosamente. Cuando abrió los ojos, me
preguntó por el tiempo. El sol parecía querer hacerse dueño de todo y
así se lo manifesté. Sé que a ELLA le gusta más el sol que las nubes,
aunque de vez en cuando agradece la llegada de un día gris y quizá con
lluvia. Le preparé la ropa que me indicó mientras ELLA se encerraba en
el baño. Luego, vestida con el batín, se dirigió a la cocina. La seguí a
cuatro patas. Tan pronto se sentó me dediqué a prepararle el desayuno.
Antes me lavé las manos. Fue entonces cuando me dijo, en un tono que me
pareció lacerante: – ¿no tienes nada que contarme?
Su voz
era muy distinta a la de unas horas antes. Había recriminación
perfectamente controlada y en la dosis justa para que aquella pregunta
se abriera paso en mi cabeza y hasta el fondo de mi corazón, pero sin
herir ninguna célula. Caí de rodillas, a sus pies. Entonces volvió a
preguntarlo, en el mismo tono. No fue necesario que dijera nada más, me
vino a la mente la imagen de Amparito gritando su placer. ¿Lo sabía o
sencillamente lo había adivinado? El crédito se lo otorgué a lo segundo.
Su poder de DIOSA había intuido algo o quizá alguna pequeña prueba que
no supe borrar. No me lo dijo, sencillamente en cuanto le supliqué el
perdón me respondió adusta: –al parecer quieres volver a las andadas.
–Me mantuve en silencio, pues suplicar con más encomio no habría
significado más que disgustarla en mayor proporción. Ella arremetió.
-Te
dije que no quería mentiras y mucho menos ausencia de la verdad. Y por
segunda vez, lo has incumplido. Ve en busca de las pinzas.
Casi
arrastrándome como el gusano que había demostrado ser al no confesarle
qué me había visto obligado a hacerle a su amiga, fui en busca de las
pinzas. Se las traje en la boca. Cuando las vio escupió con demoledora
serenidad: –esas no, perro. Las japonesas.
Comencé a sentir el
dolor que aquellos malditos artefactos iban a producirme en los pezones,
la parte más sensible de mi anatomía. Es el modo en que suele
castigarme cuando considera que lo merezco, o no.
Tras
colocármelas, sin miramiento alguno, me sentenció a: –de momento será
todo el día. Por la noche veré qué hago contigo. Y grábatelo bien
adentro perro, esta es la última vez que vas a poder disfrutar de mi
magnificencia, la próxima podrás utilizar tus ahorros, pero para
alejarte de mí para siempre.
Tras un lunes de felicidad sin
límite, estoy sufriendo un martes de suplicio extremo, físico, en mis
doloridos, casi destrozados pezones y el peor, temer con absorbente
angustia por su definitivo rechazo. Me lo merezco, no hay duda, pero no
hago más que pensar en esa calidad humana que posee y que quizá la
ablande, aunque me temo que la lección que quiera darme impida que la
utilice para reducir la sentencia a la que me ha condenado.
A sus pies, su esclavo 24/7 y escritor.
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